El corazón del empresario
Por Edwin Ibarra / DISCIPULADO EMPRESARIAL 20/20
Hoy nace a la luz esta columna. ¿Su nombre? “DISCIPULADO EMPRESARIAL 20/20” y nuestro lema: “Hasta que tu visión sea perfecta”.
La palabra “discípulo” se ha asociado al ministerio de Jesús en la tierra, y en efecto, así fue. Sin embargo, un discípulo es un aprendiz, alguien quien está bajo la supervisión de un maestro, fundador de algún movimiento social, político, educativo o religioso.
Bajo ningún concepto pretendo convertirme en maestro o fundador de algún movimiento. Cuando hablo de Discipulado es porque al escribir esta nota yo mismo estoy en proceso de aprendizaje continuo.
Sí es un hecho que los conceptos que aquí verteremos están dirigidos a empresarios, comerciantes, vendedores y cualquier persona que quieran seguir un proceso de “Discipulado” a través de este medio. Pretendemos influir en el corazón del empresario.
Deseamos traer propuestas que transformen el corazón de las personas más allá simplemente de un cambio de actitud, la cual puede ser educable, en un contexto que nos convenga manifestar a otros. Queremos ir más allá. Allá donde se “disciernen los pensamientos y las intenciones del corazón”
Y el 20/20? No. No es el año. Ese año ya pasó dejando una estela de estragos. 20/20 se refiere a una visión normal que un individuo posee. El que tiene esta visión puede ver lo que una persona normal puede ver a 20 pies frente a una cartilla de agudeza visual. Alguien con una visión 20/30 puede ver a 20 pies delante de la cartilla lo que otras personas ven a 30 pies. Según estudios, solo el 35% de las personas adultas tienen la visión 20/20 y hasta un 75% la tienen con corrección visual.
De igual manera, no todos tenemos la misma visión de la vida. Diferimos en cuarto a valores, principios y actitudes; valoramos las cosas de maneras distintas que sorprenden al mismo ser humano.
Volviendo entonces al tema central, el corazón del empresario necesita ser auscultado buscando resabios de actitudes deletéreas para sí mismo. Y esto, no sólo para el empresario. Considero que todo ser humano debe evolucionar “Hasta que su visión sea perfecta”, “a la medida de la estatura del varón perfecto” No al de un ser humano ejemplar, sino de la Deidad hecha carne.
Una introspección diaria, al rayar el alba, o al despertar de la luna, es indefectible para el corazón del ser humano. Es lo que nos hace distintos. Realizar procesos de metamorfosis intencionales nos hace crecer. Y esto va más allá del dinero, negocios, deudas o cualquier otra asociación con el dinero. El ser humano es más que eso. Tiene un alma y un espíritu recóndito, que necesita un soplo de vida en medio de este caminar cooptado por corrupción, homicidios, traiciones y más.
coachedwinibarra@gmail.com

La Voz de Xela · Redacción
Dificultades que enfrenta un padre
No hay amor más grande que dar la vida por otro.
En cierta ocasión, un padre estuvo juntando dinero para comprarle la bicicleta a su hijo, la que tanto deseaba, por fin fue acompañado de la madre a comprarla, escogiendo el modelo, el color, las llantitas. Al llegar a casa, la escondió para cuando llegara el gran día. Él no aguantaba las ganas de ver la cara de felicidad que pondría el niño. Al llegar el día, la alegría duró varias horas, y hasta bajo la lluvia, mientras el padre miraba.
Aunque el hijo, algunas veces observó que el padre lo miraba, no logró tener consciencia de las dificultades que había enfrentado el padre para conseguir una bici así. Tampoco logró imaginar la magnitud del deseo en el corazón del padre, de que el niño disfrutara de su regalo. Tampoco se hizo consciente de los sacrificios que tuvo que pasar en el trabajo para pagar las colegiaturas, los zapatos, las medicinas y sobre todo el pan de cada día.
La realidad en que viven los hijos que nacen en una familia acomodada, no rica, les hace creer que lo que consumen no cuesta. “Cuesta” significa que es un camino inclinado hacia arriba, con dificultad. Y aunque los padres les digan que ganar cada billete es duro, es poca la conciencia que agarran. Solo cuando crecen y se vuelven padres, entonces logran imaginar y decir: “Esto es lo que se sacrificó mi padre por mí, esto es lo que él sintió hacia mí”.
Los padres comenten el error de querer darles de todo a sus hijos, para que tengan lo que ellos no tuvieron. Algunos tratan de complacer cada capricho, cada gustito… y a veces les dan lujos sin ellos lo pidan. Y de esta manera lo que logran es, hacerles más inconscientes, más caprichosos y más amargados. En lugar de enfrentarlos a la realidad, les alejan de ella. Haciéndoles sentir y pensar que son príncipes y princesas que lo merecen todo sin hacer nada.
La abnegación de un padre, consiste en que se niega a sí mismo, con tal de que su hijo esté bien. Es capaz de renunciar a su propia salud con tal de que su hijo no se arriesgue. Pero una abnegación extrema les daña a los hijos. Y eso se puede ver que, cuando empiezan a trabajar y ganar dinero, cada billete de 100 es solo para ellos. Mientras que cada billete de 100 que gana el padre, se divide en los miembros de la familia.
Aunque el padre tienda a ser más rudo, más fuerte, más exigente… también desea ser consentido, aunque sea en el día del padre, así como se consiente a la madre, en su día… y como dice el poema: “en vida, hermano, en vida”. Le dejo la siguiente frase para que reflexione: “Solo hay otro hombre que quiere que le superes, papá”.

Oswaldo Soto
Psicólogo clínico con más de 25 años de experiencia, docente universitario, escritor de temas de salud mental.
Feliz Día del Maestro a los maestros con vocación
En Guatemala, este 25 de junio se celebra el Día del Maestro. Es una fecha para recordar a la maestra María Chinchilla Recinos. Esta maestra luchó por el magisterio nacional, y fue asesinada en una protesta contra el régimen del presidente Jorge Ubico en 1944.
Además de recordar a la maestra Chinchilla, esta fecha está establecida para honrar a quienes desempeñan este bonito rol de la docencia. Y es feriado oficial. Sin embargo, a lo largo de los años, este rol magisterial se ha tergiversado, pues nunca han hecho falta líderes cuyos intereses son otros, menos los sujetos principales del proceso educativo: los niños.
Para ser un buen maestro y una buena maestra, se requiere de vocación. No solo hay que tener los conocimientos básicos necesarios, sino la vocación para educar con amor a las futuras generaciones.
Para aquellos maestros que sí están haciendo su mejor esfuerzo para educar a sus alumnos con excelencia, quiero decirles, que la recompensa la tendrán a largo plazo. Sigan ejerciendo su rol docente con pasión, dedicación y responsabilidad. No se dejen manipular por ciertos líderes corruptos, que lo único que buscan es beneficiarse de los transes que hacen con los gobiernos de turno.
Educar es nutrir a los alumnos que la vida y Dios han puesto en sus manos. Y hay que educarlos bien. Considero que Guatemala está como está, porque el proceso de enseñanza-aprendizaje no ha sido ejecutado con excelencia. “Los hombres han nacido los unos para los otros; edúcales o padécelos” (Marco Aurelio). “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”, (Montaigne).
Educar es transformar la personalidad del educando. No se trata solo de llenar la cabeza de los educandos con contenidos. Si los contenidos que se imparten en un aula no logran transformar al educando, no hay educación; habrá habido instrucción, pero no educación.
Los que nos dedicamos a la educación debemos tomar en cuenta algunas sugerencias:
1. Educar en libertad con responsabilidad. Hay que educar la libertad de los educandos, para que ellos adquieran la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Tienen que aprender a ser responsables de sus acciones.
2. Su comunicación debe ser asertiva. Los educadores han de saber expresar sus ideas a los educandos. No griten, no amenacen y no generen miedo a sus alumnos.
3. Reflexione si tiene vocación o no. Si usted tiene vocación para dar clases, entonces tendrá paciencia, prudencia y amor para educar; caso contrario, usted está dando clases solo por necesidad. Sin amor, no logrará transformar la personalidad de sus alumnos.
4. Actualícese constantemente. La actualización y formación permanente hacen que un maestro se convierta en extraordinario. No se convierta en repetidor de contenidos. Construya una mentalidad crítica en sus estudiantes. Y para cumplir con esta función, es justo y necesario formarse constantemente.
5. No haga daño por donde le hicieron daño. Algunos maestros siguen educando como fueron educados hace décadas. Medite sobre su manera de educar, porque puede ser que, inconscientemente, esté haciendo daño a sus alumnos, por donde a usted le hicieron daño en el pasado.
6. Aunque su clase no sea una clase de religión, recuérdeles a sus alumnos que Dios es importante en la vida de cualquier profesional.
Feliz día del maestro a quienes están cultivando conocimientos en las aulas. Tarde o temprano, la misma vida les premiará el amor y la pasión con la que educan.

P. Orlando Pérez
Sacerdote católico, Licenciado en Teología, Licenciado en Psicología General, catedrático universitario, con una maestría en Docencia Superior Universitaria.
El dolor que no se ve
Cómo las mujeres aprendemos a sostener el mundo con el alma rota
En el silencio de una cocina al amanecer, en el rincón de una oficina al terminar la jornada, o en la mirada sostenida de una madre que despide a su hijo sin decir palabra, vive una verdad que rara vez se dice en voz alta: las mujeres hemos aprendido a vivir con el dolor sin hacerlo espectáculo.
Llevamos en la espalda la pérdida de un hijo —esa herida que no cicatriza jamás—, y aun así seguimos caminando. Arropamos el duelo con una sonrisa rota y la esperanza que nos empuja a despertar cada día. El mundo no se detiene por nosotras, y nosotras, por amor o por costumbre, tampoco nos detenemos.
Desde niñas aprendemos que hay que cuidar, sostener, perdonar, aguantar. Que los problemas de los padres se entienden sin juzgar, que los matrimonios se salvan incluso cuando nosotras nos perdemos en el intento. A veces somos el pegamento que une lo que ya está quebrado: amistades que se enfrían, familias que se deshacen, relaciones que no sanan. Y lo hacemos en silencio, con el corazón desgarrado y la cabeza en alto.
Ser mujer a veces significa ser sostén de todo, incluso con el alma rota. Pero ese dolor no debería ser invisible, porque también hay valentía en pedir ayuda, y poder dejar de fingir que todo está bien.
Hay un dolor que no se grita, que no sangra por la piel, ni aparece en radiografías o exámenes de laboratorio, está viviendo en silencio, es invisible y, sin embargo, es demoledor, se guarda detrás de una sonrisa, se disimula con maquillaje y buenos modales. Es un dolor que muchas mujeres conocen demasiado bien.
A veces se manifiesta en forma de cansancio crónico, falta de sueño, desconcentración, ansiedad o tristeza, por el peso de las emociones que no se dicen, por la frustración de sentir ese dolor que carcome el alma, sin embargo, continuamos adelante.
No se trata de idealizar el sufrimiento ni de glorificar la carga. Se trata de visibilizar la fuerza que nos habita. De entender que no es normal tener que ser fuertes todo el tiempo. Que también merecemos ser escuchadas, sostenidas y comprendidas. Que también tenemos derecho a soltar.
Esta columna no es solo un homenaje, es también un llamado: a reconocer que detrás de cada mujer que ves, puede haber un duelo no contado, una batalla no dicha, una herida no cerrada. Y que todas, de alguna manera, seguimos caminando. Porque nos enseñaron a resistir, pero estamos aprendiendo, poco a poco, a sanar.
Que este texto sea un abrazo, un permiso para sentir y una invitación para soltar las culpas y empezar a cuidarnos de la mejor manera.
Sara María Mendoza G.
Experta en sexualidad, derechos sexuales y reproductivos. Médica General, con especialidad en Ginecología y Obstetricia. Tiene una Maestría en Sexualidad Humana.
Derecho a ser
Soy mujer. Soy mamá. Soy abogada. Soy esposa. Soy directora de un medio de comunicación.
DERECHO A SER
Elegí llamar a esta columna Derecho a ser porque creo que, en medio de todas nuestras luchas, anhelos y realidades, lo más valiente que podemos hacer es simplemente ser. Ser lo que somos, sin miedo.
Soy mujer. Soy mamá. Soy abogada. Soy esposa. Soy directora de un medio de comunicación. Y también soy una defensora de los derechos humanos, no solo de las mujeres, sino de todas las personas. Como directora ejecutiva de La Voz de Xela, creo en el poder de las palabras para transformar realidades, para expresar lo que otras mujeres aún no pueden decir, para denunciar lo injusto y para sembrar esperanza.
Derecho a ser no es solo un título. Es un recordatorio de que todas las personas especialmente las mujeres tienen derecho a existir, a elegir su camino, a criar, a trabajar, a estudiar, a liderar, a descansar, a ser amas de casa, pero sobre todo, a ser ellas mismas.
También escribo porque creo en el derecho a ser escuchada. Esta columna es un acto de existencia: es mi voz, pero también puede ser la de muchas otras que aún no han encontrado cómo expresar lo que sienten o lo que piensan. Hablar o escribir es un ejercicio de libertad, y cada palabra que comparto es una manera de ocupar un espacio que también les pertenece.
Y agradezco profundamente a cada persona que me lee, porque también reconozco el derecho a ser leída. Gracias, especialmente, porque la semana pasada esta columna fue la más leída. Me conmueve saber que, detrás de cada publicación, hay alguien que se detiene un momento en medio de la rutina diaria para pensar, para reflexionar o para sentirse acompañada; también para no estar de acuerdo. De eso se trata el ser.
P.D. Desde que nació mi hijo Máximo, el derecho a ser tomó un nuevo significado para mí. Ser su mamá me recuerda cada día que no hay rol más poderoso que el de criar con amor y convicción… sin renunciar a lo que soy.

Marleny Mejía Franco
Abogada y Notaria - Directora Ejecutiva de La Voz de Xela
Algo pesado corría sobre el techo de la casa (cuento)
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Guiada por su intuición, Lupita decidió volver al pueblo donde una vez fue niña. Tenía la corazonada de que para liberarse, ahora de adulta, de la persecución del Güin, debía confrontarlo cara a cara. Resolvió hacerlo porque tres veces un sueño recurrente la atormentó en noches imprevisibles. En ese mundo onírico, revivía la madrugada del velorio de su abuela. Tenía apenas cuatro años y su madre la acostó en la cama de la habitación donde, horas antes, la pariente que ahora le parecía tan lejana había dejado el plano terrenal. A un lado, en la sala, un grupo de señoras rezaban un rosario de cuerpo presente que poco a poco la sumió en un húmedo letargo. Ya estando en el estado de duermevela, entre la vigilia y el sueño, un extraño animal levantó la lámina de zinc del cuarto y la observó con sus ojos enormes.
La intuición no era nada nuevo para ella; era, en realidad, su fiel compañera de vida. Como psicoterapeuta, se había inclinado al estudio de la metafísica como una terapia personal y de autoconocimiento para tratar los dolores emocionales de sus pacientes. Confiaba en su intuición más que en lo aprendido en las aulas, incluso más de lo que había aprendido leyendo a Freud, a Jung y a Adler. Sin necesidad de ver el reloj, su intuición le dictaba la hora exacta del día, sabía de qué iba a tratar esa llamada que entraba entre sesiones, cuál era el diagnóstico de su paciente, cuál su dolor espiritual y cuál el tratamiento, todo sin necesidad de usar el intelecto.
Sí, era apenas una niña cuando el Güin se le apareció. Recordaba ese mes de marzo. Su madre la sacó de la escuela entre llantos, jalandola del brazo y gritando: ≪¡Está muerta, está muerta, tu abuela está muerta!≫. Luego, tenía imágenes del trayecto en el bus de parrilla; de su madre dándole un manojo de flores para que las pusiera en sus rodillas mientras emprendían el viaje a la costa sur de Guatemala.
Cuando llegaron al pueblo, que sólo visitaban para la noche de Nochevieja, los familiares y conocidos ya estaban reunidos envueltos en el sopor del velorio. Recordaba las calles de tierra, el centro del poblado donde se vendían huevos de iguana, el tanque de agua donde las señoras lavaban, y a su par, la gran casa de madera de su abuela, el cuerpo en el féretro, las enormes velas de muerto que intensificaban los calores nocturnos y humanos, y la gigantesca carpa instalada en la calle donde las sillas se amontonaban, sin ningún orden específico, esperando más dolientes.
Fue también la primera vez que, quizá, su intuición la visitó, porque mientras la oscuridad avanzaba, supo que el velorio no terminaría pronto y que toda esa gente amanecería allí contando anécdotas y chistes sobre la fallecida hasta que fuera hora de irse al camposanto. Fue entonces cuando le dijo a su madre que estaba cansada, y ella la acomodó en la cama donde su abuela había fallecido esa misma mañana de marzo. La niña se quedó medio dormida, protegida por un mosquitero, mientras sudaba la mala hora previa a su desgracia.
Cuando empezó a entrar en el estado de duermevela, sucedió:
Escuchó cómo algo pesado corría, a gran velocidad, sobre el techo de la casa. Era muy rápido, en verdad era veloz y pesado. Al abrir los ojos, descubrió cómo las láminas se doblaban por la gravedad de lo que sucedía arriba. Era un sonido que, supo, no era de este mundo, porque le provocaba una sensación extraña de no pertenecer, por un momento, a la realidad. La presencia de esa cosa era tan fuerte que pensó que caería en la habitación. Pero, al contrario, hubo un silencio pasajero que la estremeció antes de la fatalidad: a los pocos segundos, una mano peluda, de humano pero con garras de perro, levantó la lámina aflojando los clavos de la madera donde se sostenía, y vio a un perro grande, viejo y babeante, mirándola con sus ojos rojos y puntiagudos mientras le ofrecía una sonrisa gigantesca que dejaba ver sus colmillos.
Lupita salió corriendo del cuarto y, al pasar, volcó una candela. Las rezadoras parecían ajenas a lo que había ocurrido hasta cuando ya estaba sucediendo lo fatal. El vestido de encaje que llevaba pronto agarró las llamas, y su cuerpo se vio envuelto en fuego, quemándole la pierna derecha y dejándole una cicatriz para siempre, un morado que creció con ella, hasta ahora, en el año de sus 33 años.
≪¡Me asustó!≫, gritaba entre el fuego. ≪¡Me asustó!, ¡hay un animal en ese cuarto!≫, decía, mientras las rezadoras intentaban quitarle el vestido e iban corriendo por agua al tanque público al lado de la casa.
Si algo recordaba muy bien, ahora que regresaba al pueblo, era la certeza de que una quemadura duele más cuando sucede en la costa. Se había quemado muchas veces en la vida, pero ninguna le dolió tanto como aquella noche y en los días siguientes, durante las novenas, cuando tenía que meter la pierna al tanque para sentir un poco de alivio.
Aún no había amanecido cuando le aplicaron ungüento, y esta vez su madre decidió acompañarla en la cama para que pudiera dormir unos momentos. Sin embargo, no pudo. El ardor era insoportable. Observaba entre las ranuras de las tablas de las paredes de madera a los hombres del velorio, sentados en las sillas, con las camisetas levantadas sobre el ombligo, abanicándose y tomando cerveza. ≪Se le apareció el Güin a la pequeña≫, decía uno.
Y fue esa misma madrugada, en la que la pasó asustada y delirante por el dolor que escuchó la historia entre las conversaciones de los señores, que a cualquiera le hubieran parecido murmullos, a todos, menos a ella:
—El Güin es un hombre malo que tiene la capacidad de convertirse en perro a voluntad. Se sube a los techos de las casas para causar alboroto y se roba a las gallinas.
Escuchó que había que atraparlo y azotarlo para que dejara de hacer alboroto; escuchó, también, que una vez castigado se convertía en hombre y salía huyendo, aunque siempre regresaba por temporadas.
Aquel pasaje de su infancia desapareció en de su vida, hasta cuando, exhausta después de atender a su último paciente un viernes por la noche, regresó a su casa en la ciudad y se quedó profundamente dormida en el sillón mientras veía una película. Ese episodio de sus cuatro años, volvió en sueños por tres veces.
Los ojos estaban presentes, imborrables cada noche en los que el proceso de alienación se instauró en su alma, hasta hacerle perder la virtud de estar en medio de las coordenadas de la tierra. Dejó de atender en el consultorio una semana antes de haber esperando a que llegara la genuina inspiración de la intuición. A que le dictara lo que debía hacer, y de hecho, fue su fe en ella la que le dijo que debía regresar al pueblo donde una vez fue niña, al cual no había vuelto desde hace una década, cuando su madre falleció. Regresaría a la vieja casa de su abuela que recibió como herencia, y dormir en la misma cama, que seguramente permanecía intacta, encapsulando el tiempo de otras eras, para intentar, por fin, quedarse dormida y, en medio del estado de duermevela, volver a tener contacto con él.
Pero, en efecto, ya era otro tiempo y otro pueblo. Las casas de madera y lámina se habían cambiado por casas de block con terraza, y en lugar de tiendas y cantinas alumbradas al anochecer con velas y focos amarillos, ahora había locales de ventas de cosas pirateadas, ropa americana y artículos de plástico que la alejaban del recuerdo nostálgico de su infancia. Pero había algo extraño, demasiado extraño: los locales, aunque abiertos, estaban vacíos. Las calles estaban vacías, y un maldito aroma le recordaba la presencia de la muerte, ese olor que sus pacientes suicidas llevaban cuando ambos sabían que sería la última vez que se verían, y que la terapia no había funcionado, no porque su intuición fallara, sino porque en verdad ya no había nada que hacer.
Recorrió las mismas calles hasta llegar al centro de la ciudad, donde las luces de neón de feria de dos o tres casetas esperaban a sus dueños como si aquello fuera un pueblo fantasma. Tenía sed, pero nadie servía la horchata; tenía calor, y la humedad de las cuatro de la tarde le golpeaba la cara con un tierno beso que la envolvía en el sudor de una aventura que le parecía extraña. ≪Seguiré soñando≫, dijo, pero el golpe de la realidad activó el mecanismo de su consciencia cuando apareció un grupo de niños descalzos saliendo de entre las champas improvisadas del mercado municipal, corriendo y tratando de desenredar una soga. ≪Apresurémonos≫, dijo uno de ellos, y ella corrió tras ellos para preguntarles dónde estaban los demás.
—Es que lo agarraron —dijo otro—, agarraron al ladrón de gallinas.
—Lo quieren amarrar a un poste en el campo de fútbol —gritó a la distancia el más pequeño.
Lupita supo entonces que el encuentro estaba cerca. No se había equivocado: algo estaba ocurriendo en este pueblo, y ella había regresado para rendir cuentas, para saber, por fin, y conocer la forma humana de quien la llamaba en sueños.
Persiguió a los niños hasta llegar al campo de fútbol, y encontró a la multitud en círculo y en el centro reconoció una figura humana demacrada, golpeada, y con la boca empapada en sangre, pidiendo perdón.
El bullicio era ensordecedor, pero se distinguían las constantes palabras ≪ladrón, ladrón, ladrón≫. Mientras Lupita se abría paso entre la multitud, sintió cómo la mirada de alguien conocido se posaba en ella.
Lupita avanzaba entre la muchedumbre con firmeza, sintiendo que cada paso la acercaba no solo a su destino físico, sino a una culminación inevitable. Algo en su interior parecía estar ajustando cuentas, y gracias a sus estudios de metafísica, comprendía que el universo estaba alineándose justo para este momento.
Al llegar al frente de la multitud, lo vio. No hubo dudas en ella. Estaba sentado y hundido en las alucinaciones de sus golpes. Aquellos ojos inyectados en sangre eran los mismos que la miraron cuando era una niña. Lupita se sintió libre, inspirada, completamente humana. Con voz clara y firme, señaló: ≪Él fue... él fue...≫, mientras se bajaba el pantalón beige, mostrando la quemadura que aún marcaba su piel. ≪Hay que prenderle fuego por lo que me hizo≫, sentenció.
La turba, como movida por el instinto primitivo, desechó la idea de amarrarlo a un poste y roció gasolina sobre el hombre. Uno de los ancianos, con su autoridad sobre las cosas del pueblo, fue quien le prendió fuego con un mechero. El ladrón, envuelto en llamas, corrió por todo el campo de fútbol, gritando de dolor, tratando con fuerza humana, pero también sin esperanza, arrancar su carne mientras su cuerpo ardía. Los minutos transcurrieron lentamente, hasta que su figura, envuelta en el umbral entre lo vivo y lo muerto, colapsó en el centro del campo. Lo que quedó de él no era más que un pedazo de carbón. El olor le recordó a Lupita el de su propio vestido quemado tantos años atrás.
La multitud se dispersó sin hacerle preguntas, como si el acto de justicia fuera tan natural que no necesita explicación. Nadie parecía reconocerla, y ella ya no conocía a nadie. Sintiéndose invadida por la nostalgia, decidió regresar a la casa de su abuela.
En una banqueta, una vecina anciana, flaca y encorvada estaba sentada recibiendo el último rayo de sol del día. La última vez que Lupita la vio, era una señora de apenas 50 años muy gorda. Fue la única que la reconoció:
—Vaya, que vino a ver su casita —dijo la mujer, mientras la noche empezaba a caer—. Hoy quemaron a un loco.
—Lo sé, lo fui a ver. Me hizo tanto daño —respondió Lupita.
—¿Acaso lo conocía?
—Demasiado bien —dijo entre un suspiro aliviado.
Exhausta, entró en la casa y descubrió que todo seguía igual. Las fotos familiares, los recuerdos de viajes a la costa, el calor envolvente de tiempos pasados y sobre todo la lámina abollada del cuarto de su abuela, y la cama en la que cayó rendida, finalmente libre del espasmo de su infancia. Mientras se estaba quedando dormida, algo pesado comenzó a correr sobre las láminas del techo. Atemorizada, Lupita se cubrió la cara con las sábanas, incapaz de reunir el valor para mirar.
Al día siguiente, con la luz del amanecer, decidió ir al tanque público a lavarse la cara. Allí, vio una colonia de gatos paseando por el lugar y bebiendo del tanque. La vecina se le acercó y le dijo:
—Vaya, que vino a ver su casita, tengo muchas cosas que decirle. Sus láminas ya están muy viejas, es por los gatos. Pasan por el tejado para venir a tomar agua al tanque.
De pronto, todo cobró sentido. A Lupita nunca se le apareció Güin cuando era niña. Lo que vio fue un gato que transitaba por el tejado para llegar al tanque. Su mente infantil, escuchando las historias de los hombres sobre el Güin, transformó al inocente gato que la vio asustado entre las grietas en el monstruo que la aterrorizó durante los sueños.
Pero lo más cruel fue darse cuenta de que aquel ladrón de gallinas, castigado, pero que quizá no merecía morir, había sido quemado vivo por su culpa. La cicatriz que ella mostró no había sido infligida por él, sino por una historia que, ahora lo entendía, su mente de niña había malinterpretado. Entendió que su abuela estaba muerta, su madre estaba muerta, sencillamente muertas, y que los tres sueños, solo habían sido eso, sueños.
Comprendió, entre su desdicha, que su intuición la había traicionado.
SEGUNDO LUGAR EN CUENTO CORTO, CERTAMEN DE LITERATURA, ARTE Y CULTURA GUATEPAZ 2024.

José J. Guzmán
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).
OpiniónLiteratura
La historia más triste de hoy, se llama Totonicapán. Parte II
Han pasado nueve días que los diputados que integran la Comisión de Descentralización y Desarrollo 2025-2026 de la actual legislatura, dieron un remesón a la gobernadora y presidente del CODEDE de Totonicapán por la nula ejecución presupuestaria en los primeros cinco meses del año 2025, por supuesto hicieron ver mal la gestión de dicha funcionaria, obviamente el público virtual enemigo del actual gobierno, aprovechó para descombrar cualquier brote de semilla que pudiera germinar.
Entonces, reitero, los CODEDES no ejecutan proyectos, son las municipalidades las responsables de ejecutar todos y cada uno de los proyectos solicitados al CODEDE, en ese sentido es importante indicar que, en el año 2024, de las ocho municipalidades que componen el Consejo Departamental de Desarrollo de Totonicapán —CODEDE—, a decir de mi análisis, la municipalidad de Totonicapán —cabecera departamental—, es la peor ejecutora de su presupuesto, esto por los siguientes puntos: Se presupuestaron ingresos por 98 millones 342 mil 158 quetzales con 37 centavos, sin embargo, solamente logró ejecutar 82 millones 89 mil 570 quetzales con 97 centavos, es decir, el 83%; también vale la pena resaltar que el 85% de esos ingresos ejecutados provienen de transferencias de capital —del ministerio de finanzas—, eso significa que, a pesar de tener una capacidad instalada para generar recursos propios, dos parqueos subterráneos, una cantidad enorme de taxis, mototaxis, locales comerciales municipales, puestos de ventas en casi todas las calles y avenidas del casco urbano, tasa por alumbrado público, etc., no es capaz de captar el 100% de esos recursos propios, la razón de esa incapacidad, toda la población la conoce y la repite siempre y se llama CORRUPCIÓN. No ingresa todo el dinero recaudado a las arcas municipales.
El 15% recaudado como fondos propios —12 millones 58 mil 482 quetzales con 31 centavos— no alcanza ni para pagar los gastos denominados en el presupuesto de egresos como ACTIVIDADES CENTRALES —Dietas para el Consejo Municipal, sueldos y salarios para el personal administrativo de las más de 20 oficinas administrativas—. El total pagado por concepto de Actividades Centrales es igual a 16 millones 13 mil 440 quetzales con 18 centavos; cualquier mortal con estudios de primer año de primaria fácilmente dirá a los diputados que están superpreocupados por la nula ejecución presupuestaria, que aún tenemos que prestar 3 millones 954 mil 957 quetzales con 87 centavos para pagar los sueldos, viáticos, dietas, etc., del personal administrativo.
Estimado lector, acompáñeme y analicemos los programas que de una u otra manera tienen que ver con la desnutrición crónica —por cierto—, el municipio de Totonicapán refleja un índice del 48.20% de desnutrición crónica a nivel nacional. En los programas prevención de la desnutrición crónica, acceso al agua potable y saneamiento básico, gestión de la educación local de calidad, disminución de la pobreza y pobreza extrema, entre otros, se presupuestó la suma de 71 millones 738 mil 515 quetzales con 25 centavos, sin embargo, la administración municipal solamente ejecutó el 64% —Q 45,826,425.02—, sin embargo, los fondos para inversión trasladados por el MINFIN registrados y contabilizados ascienden a 61 millones 355 mil 487 quetzales con 99 centavos, entonces la pregunta del millón es, ¿dónde están los más de 15 millones de quetzales que no fueron ejecutados para prevenir la desnutrición crónica?, señores diputados de la Comisión de Descentralización y Desarrollo 2024-2025 sería sano, interesante y sobre todo obligatorio que ustedes pidan a la Contraloría General de Cuentas que haga un trabajo profesional, técnico y sobre todo ético, para establecer el destino de los recursos económicos que son trasladados a esta municipalidad como a las 359 municipalidades del país.
Conclusión: La municipalidad de Totonicapán recibió fondos económicos en el 2024 por dos vías, fondos propios Q 12,058,482.31, fondos del MINFIN y OTRAS FUENTES 70,031,088.66, total recibido Q 82,089,570.97, total ejecutado en gastos y en inversión: Q 67,313707.81, ¿por qué no se ejecutaron los Q 14,775,863.16?
Hagamos AUDITORIA SOCIAL, es nuestro derecho. Art. 44, inciso c), del Acuerdo Gubernativo 461-2002. Reglamento de la Ley de los Consejos de Desarrollo Urbano y Rural.
Arnoldo Soch Tzul
Contador Público y Auditor, asesor financiero y fiscal de pequeñas y microempresas, exalcalde comunitario, auditor social desde hace más de 25 años.
El ghosting es una forma de violencia
La responsabilidad afectiva implica tomar conciencia del impacto que nuestras palabras y acciones pueden tener en los demás.
En la actualidad, la forma más fácil de interactuar con otras personas es por medio de las redes sociales. A pesar de ser un medio inmediato de comunicación, también puede conllevar situaciones y consecuencias negativas.
Anteriormente habíamos explicado que el ghosting es una experiencia desagradable, ya que ocurre cuando dos personas mantienen una comunicación constante y, de repente, una de ellas rompe esa comunicación y desaparece sin ninguna explicación. Aunque el ghosting se da comúnmente en las relaciones amorosas, también puede presentarse en otros tipos de vínculos, como los laborales, familiares o de amistad.
Es importante destacar que el ghosting, especialmente en relaciones amorosas o íntimas, puede considerarse una forma de violencia psicológica silenciosa. Cuando una persona desaparece sin brindar explicaciones, se trata de ghosting, pero también existen otras formas similares que son consideradas violencia emocional.
Está el minighosting, que consiste en mantener a la otra persona interesada contestando sus mensajes, aunque con respuestas tardías de forma intencional. El ghosting pasivo ocurre cuando se cancelan constantemente los planes y los contactos en redes sociales son breves, sin establecer conversaciones prolongadas. Por último, el ghosting intermitente se presenta cuando la persona desaparece completamente durante un tiempo y, de repente, reaparece con un "like" o un comentario mínimo, sin retomar una conversación significativa.
La responsabilidad afectiva implica tomar conciencia del impacto que nuestras palabras y acciones pueden tener en los demás. En el ghosting, hay una ausencia total de esta responsabilidad, ya que la persona no considera el daño emocional que puede causar.
Este tipo de comportamiento puede interpretarse como un acto de desprecio hacia la otra persona, restándole importancia a su necesidad de una explicación. Además, se convierte en una forma de manipulación emocional, que busca evitar la confrontación y elude asumir la responsabilidad de los propios actos.

Crysta Nowell
Psicóloga Industrial / Organizacional, Magíster en Gestión del Talento Humano, asesora en procesos de recursos humanos, capacitadora y especialista en reclutamiento y selección de personal.
OpiniónPsicología
Liderazgo y prosperidad con propósito (Parte I)
Dios no busca nuestro pasado, sino nuestra fe activa.
En muchos círculos de fe, la relación entre liderazgo, dinero y espiritualidad se ha abordado con prejuicios. Durante el reciente Congreso Estratega 2025, en Quetzaltenango, el conferencista y pastor Juan Pablo Abelar abordó este tema con contundencia: “Dios no tiene problema con prosperarme”. La frase puede sonar incómoda para algunos, pero encierra una verdad profunda: el problema no es la riqueza, sino el corazón que la administra.
Uno de los argumentos que más retumbó en la audiencia fue que “a las riquezas no se les sirve, se les da órdenes”. Esta afirmación rompe con la idea de que el dinero es intrínsecamente peligroso o pecaminoso. No se trata de idolatrarlo, sino de someterlo al propósito. Abelar, quien es el pastor general de Bethania y anfitrion de Estratega, enfatiza: Dios no da las riquezas, da el poder para hacerlas. Es decir, da la capacidad, la estrategia, la oportunidad, pero el trabajo es responsabilidad nuestra.
El liderazgo estratégico exige madurez espiritual. Dios no entrega más a quien no ha pasado por su auditoría. Evalúa si somos idóneos, responsables y generosos. En esta perspectiva, el liderazgo no solo se mide por resultados visibles, sino por integridad. El líder que prospera no lo hace para sí, sino para generar bendición y oportunidades a otros. Como se dijo en el congreso: “La riqueza no tiene que ver con la salvación, sino con el corazón”.
Se habló también de una falsa piedad que, con apariencia de humildad, puede esconder mediocridad. “Jesús no fue pobre. Jesús se hizo pobre”, afirmó Abelar. No por carencia, sino por propósito. Él pagó por nuestra pobreza para que podamos alcanzar plenitud, incluyendo en lo económico. No se trata de acumular, sino de desbordar. No de tener más, sino de bendecir más.
Un liderazgo del Reino no teme a la abundancia, pero tampoco la persigue como fin. La abraza como recurso para cumplir una misión. La verdadera riqueza está en convertir lo que tenemos en puentes para otros. Dios no busca nuestro pasado, sino nuestra fe activa. Y cuando encuentra un corazón dispuesto, también confía recursos para transformar el entorno. Continuará…

César Pérez Méndez
Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Usac), con tres maestrías en diferentes campos y Doctor en Investigación en Educación (Usac). CEO de La Voz de Xela, profesor universitario y conferencista.
Congreso EstrategaJuan Pablo AbelarOpinión
Papá, por favor, no crezcas más
En el marco de la conmemoración del Día del Padre, existe un cuento para niños de Roald Dahl que se llama Papá no crezcas, y trata sobre el deseo de un niño de que su papá permanezca joven y divertido para siempre.
Este cuento, aunque pareciera que es para niños, también nos hace reflexionar a los adultos sobre el inexorable paso del tiempo y en que los padres también crecen con los años, es por ello por lo que quiero dedicar esta columna a los papás.
Papá: pareciera que fue ayer cuando nos llevabas cargados a mis hermanos y a mí a visitar el zoológico, o nos llevabas de viaje al mar, o de excursión a caminar, o corrías horas sin cansarte en las maratones; y, cuando había frío o lluvia nos dabas tu chumpa o la sombrilla para cubrirnos y no te hacía daño el frío.
Tenías papá tantas fuerzas para desvelar trabajando, estudiando o escribiendo, y aun así dedicarnos tiempo para jugar y hacernos conciencia para que mis hermanos y yo pudiéramos estudiar y ser profesionales; hoy pienso en esos momentos y te veo distinto, tus fuerzas ya no son las mismas, ya no participas en las carreras de atletismo, ahora encuentras paz en leer un buen libro, escribir horas interminables, disfrutar de un buen café junto a mamá o ver crecer a tus nietos.
El tiempo pasa, y es indetenible, no nos damos cuenta de cómo al crecer los hijos también los padres nos hacemos grandes, solo te pido papá que por favor ya no crezcas más y quédate con nosotros para siempre, sigue siendo siempre fuerte como un roble que nos da sombra y nos aconseja, que sigas siempre viéndonos así, como cuando éramos niños; eres el mejor padre que la vida nos pudo dar ¡feliz Día del Padre a todos los estimados lectores!

Vilma del Rosario Xicará
Con más de 20 años de experiencia en finanzas, auditoría pública, impuestos y rendición de cuentas. Docente universitaria, Contadora Publica y Auditora, y Dra. en Auditoría Gubernamental y Rendición de Cuentas y Transparencia en la función pública.